Si hubiese una habilidad, capacidad o trabajo que me definiese como persona, más que escritor, sería este: pensador. Es cierto que a veces me gustaría no pensar tanto porque mi mente no descansa y también me hace sentir como un “bicho raro”, pero después de todo, acabo viéndolo como algo positivo. Al fin y al cabo, me gusta pensar, es una cualidad innata para la que estoy hecho. Me gusta reflexionar sobre cualquier tema o suceso, analizar toda situación, creencia o comportamiento humano propio y ajeno. Llego a disfrutar con ello. Además, tener esta mentalidad plástica y abierta también me hace sentir joven.
Todo cuanto hacemos cada uno de los seres humanos que poblamos este planeta obedece a una forma de pensar propia que a veces otras personas no acabamos de entender. A mí me gusta adentrarme en ello y es más, aún quisiera profundizar mucho más en el pensamiento humano desarrollando lo que llamamos empatía. Pero aquí me topo con una importante limitación en mi propio diseño: Me cuesta bastante relacionarme con los demás, conectar con ellos, iniciar una conversación, compartir pensamientos y sentimientos o temas de interés. ¡En fin! Paradojas de la vida. Aunque ciertamente no estoy solo en esto. Estoy convencido que los seres humanos hablamos poco sobre nuestros pensamientos, sentimientos y deseos reales y nos movemos tras una máscara con segundas intenciones o queriendo dar una apariencia de lo que no somos. A veces también nos dejamos arrastrar ciegamente por los pensamientos, creencias, expectativas o conocimientos de otros sin siquiera cuestionarlos. También podemos encontrar que estos pensamientos, cuando se expresan, a veces no lo hacen de la manera adecuada o el otro lo percibe de un modo totalmente diferente, con lo cual surge el efecto contrario al deseado. Curioso, pero también preocupante. Tenemos la mejor herramienta de todas pero no sabemos utilizarla: el lenguaje.
Pero por mucho que me guste pensar o esté diseñado para ello, de nada serviría esta habilidad si no lo aplico, si no le saco partido y si no resulta de utilidad para nadie. Y ahí es donde aparece otra capacidad con la que disfruto; con la que esos pensamientos que saldrían de manera desordenada y atropellada por mi nerviosa y retraída boca, dejando atrás muchas palabras olvidadas o liberando otras que saldrían sin querer, adquieren orden: la escritura.
Con la escritura todo este pensamiento fluye, cobra sentido, adquiere una organización, obedece a un propósito, me hace ver una meta. Quiero ser escritor. Obviamente escribo y yo me veo como tal. Ya tengo unos cuantos libros, artículos y pensamientos escritos, pero me gustaría que los demás también me viesen como escritor, que pudiesen aprovechar lo que les trasmito con mis escritos, no sólo para llenar su tiempo de ocio, sino para aprender, para descubrir, para cuestionar, para analizarse, para cambiar su relación consigo mismos, con los demás y con el mundo, mejorando así como personas, como seres humanos que al fin y al cabo nos necesitamos los unos a los otros.
Y yo necesito a otras personas para emprender esta tarea, para pulir mis defectos o suplir mis carencias, para sacarle jugo, para conocer más sobre los seres humanos; para compartir con otros miles las experiencias, vivencias, sentimientos, intereses y preocupaciones de unos pocos que acaban siendo el extracto de toda la humanidad, porque al fin y al cabo, seremos muchos, creeremos evolucionar, pero acabamos haciendo siempre lo mismo; avanzamos muy poco a poco y sin darnos cuenta, estamos acabando con el planeta, con la relación con nosotros mismos y con la de los demás, perdiendo la felicidad entre los dedos y dejando escapar las oportunidades únicas que nos brinda cada momento que pasa y que nunca podremos recuperar.
Todo cuanto hacemos cada uno de los seres humanos que poblamos este planeta obedece a una forma de pensar propia que a veces otras personas no acabamos de entender. A mí me gusta adentrarme en ello y es más, aún quisiera profundizar mucho más en el pensamiento humano desarrollando lo que llamamos empatía. Pero aquí me topo con una importante limitación en mi propio diseño: Me cuesta bastante relacionarme con los demás, conectar con ellos, iniciar una conversación, compartir pensamientos y sentimientos o temas de interés. ¡En fin! Paradojas de la vida. Aunque ciertamente no estoy solo en esto. Estoy convencido que los seres humanos hablamos poco sobre nuestros pensamientos, sentimientos y deseos reales y nos movemos tras una máscara con segundas intenciones o queriendo dar una apariencia de lo que no somos. A veces también nos dejamos arrastrar ciegamente por los pensamientos, creencias, expectativas o conocimientos de otros sin siquiera cuestionarlos. También podemos encontrar que estos pensamientos, cuando se expresan, a veces no lo hacen de la manera adecuada o el otro lo percibe de un modo totalmente diferente, con lo cual surge el efecto contrario al deseado. Curioso, pero también preocupante. Tenemos la mejor herramienta de todas pero no sabemos utilizarla: el lenguaje.
Pero por mucho que me guste pensar o esté diseñado para ello, de nada serviría esta habilidad si no lo aplico, si no le saco partido y si no resulta de utilidad para nadie. Y ahí es donde aparece otra capacidad con la que disfruto; con la que esos pensamientos que saldrían de manera desordenada y atropellada por mi nerviosa y retraída boca, dejando atrás muchas palabras olvidadas o liberando otras que saldrían sin querer, adquieren orden: la escritura.
Con la escritura todo este pensamiento fluye, cobra sentido, adquiere una organización, obedece a un propósito, me hace ver una meta. Quiero ser escritor. Obviamente escribo y yo me veo como tal. Ya tengo unos cuantos libros, artículos y pensamientos escritos, pero me gustaría que los demás también me viesen como escritor, que pudiesen aprovechar lo que les trasmito con mis escritos, no sólo para llenar su tiempo de ocio, sino para aprender, para descubrir, para cuestionar, para analizarse, para cambiar su relación consigo mismos, con los demás y con el mundo, mejorando así como personas, como seres humanos que al fin y al cabo nos necesitamos los unos a los otros.
Y yo necesito a otras personas para emprender esta tarea, para pulir mis defectos o suplir mis carencias, para sacarle jugo, para conocer más sobre los seres humanos; para compartir con otros miles las experiencias, vivencias, sentimientos, intereses y preocupaciones de unos pocos que acaban siendo el extracto de toda la humanidad, porque al fin y al cabo, seremos muchos, creeremos evolucionar, pero acabamos haciendo siempre lo mismo; avanzamos muy poco a poco y sin darnos cuenta, estamos acabando con el planeta, con la relación con nosotros mismos y con la de los demás, perdiendo la felicidad entre los dedos y dejando escapar las oportunidades únicas que nos brinda cada momento que pasa y que nunca podremos recuperar.
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