Hoy es el día del padre, es decir, que parece que ahora ya puedo comer huevos. Indistintamente del menú, llega una edad en la que miras un poco atrás y te das cuenta de lo rápido que va pasando la vida.
Hace unos años ni tan siquiera nos planteábamos tener hijos. Es más teníamos bastante claro que no los queríamos. ¿Qué pasó? No sabría decir. Lo cierto es que algo nos hizo cambiar de idea. Quizá la edad,... la biología,... la tendencia social,... quizá el hecho de querer saber qué era aquello o simplemente por querer probar nuevas experiencias.
Con uno teníamos suficiente. También era algo que parecíamos tener claro, pero luego volvimos a cambiar de parecer... Como si fuésemos alguna clase de marionetas del destino... Nos vinieron ideas como "Alguien con quien pueda jugar",... "Para que no esté solo"... Y así fue como la cigüeña vino de nuevo.
Lo cierto que fue toda una experiencia que vale la pena vivir. Te cambia totalmente la vida y ya nada vuelve a ser como antes. Si es algo de lo que pueda arrepentirme, he de decir que no. Si añoro una vida si hijos. Ya no me acuerdo ni de qué es eso, así que tampoco. Pero si nos preguntasen ahora si quisiéramos tener hijos, seguramente volveríamos a decir que no.
Vemos bebés y ya ni nos acordamos de cómo eran los nuestros. Quizá debamos tener algún problema de memoria. Pero te das cuenta que la vida pasa rápido, muy rápido. Hace a penas unos pocos años nos estrenábamos en la aventura de tener hijos y vas viendo cómo se van haciendo mayores casi sin darte cuenta, viviendo cada etapa con incertidumbre sobre qué nos van a deparar esas pequeñas criaturas que de algún modo se han colado en nuestras vidas hasta el punto de haceros olvidar qué hacíamos antes de tenerlos o cómo fueron aquellos primeros pasos y palabras.
Ahora sólo nos cabe pensar en qué nos esperará con la adolescencia.
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